
Querida Érika,
Tengo muchos recuerdos de los momentos que precedieron y sucedieron al día en el que me regalaron mi primera bicicleta. Mis padres, para compensarnos por no habernos llevado a Finlandia, y aprovechando un extra de ingresos, nos compraron a mi hermano Rubén y a mi dos bicis rojas, nuevas y relucientes... la de Rubén era más de deportiva y grande, y la mía tenía dos pequeñas ruedecitas a los lados que estube utilizando hasta que -una vez instalados en nuestra nueva vivienda rural en el Monasterio de Santiponce (Sevilla)- las ruedecitas dificultaban demasiado los paseos. Tengo que reconocerlo: fue por obligación y a disgusto que prescindí finalmente de aquellas ruedecitas que me prometían seguridad. Un mal día entró alguien en la oscura cámara donde las guardábamos y las robó, junto con otros juguetes que apreciábamos mucho, como un coche teledirigido, y nunca más las hemos visto. Quizá, ya mayores, descansen en algún lugar y también ellas se acuerden de nosotros. En cualquier caso espero que la bicicleta que te he comprado esta semana y que acabo de terminar de montar, despierte en ti aunque sólo sea un poco de la ilusión que despertó en mi la mía.
Un abrazo enorme,
Papá
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