Gilgamesh en el museo de Louvre, Paris
La historia de la creación que te conté ayer es una de mis historias favoritas y es una de las historias más antiguas que conozco. Imaginate que se cuenta desde hace tanto, tanto tiempo que cuando empezó a contarse ni siquiera existía el papel. En realidad, en esa época, la mayoría de las personas ni siquiera sabía escribir en las tablillas de barro o madera... transmitían el conocimiento de esta historia contándola de abuelos a padres, de padres a hijos, y los hijos a sus propios hijos, y los hijos de los hijos a sus propios hijos. Es de suponer que aquella mujer y aquel hombre creados en la historia fueron los primeros en contarlo a sus hijos, durante algunas de las muchas veladas que seguro compartían junto al fuego, o durante el día en alguno de los descansos que seguro se tomaban entre trabajo y trabajo, unas veces más alegres y otras más tristes. Algunos con el tiempo seguramente quisieron añadirle a la historia algún detalle extra, quizá porque eran muy creativos o quizá porque al ir a contarla habían olvidado una parte. Lo cierto es que al final, unos hijos de los hijos de los hijos de los hijos de los hijos de aquellos empezaron a contarla de otra forma muy especial y ¿sabes qué? el verano pasado fuimos a Paris, que está muy, muy lejos de donde viviamos, y vimos una figura creada por aquellos hijos y en especial del legendario rey Gilgamesh. Se dice que Gilgamesh era un hombre muy malo aunque seguro que sabes que eso es normal en los reyes. Te he puesto una foto para que lo veas tu también porque cuando fuimos tú eras tan pequeña que tu mamá tenía que llevarte dentro de la barriga y no pudiste verlo.
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