en el desierto




Mi querida Érika, no sabes cuánto me acuerdo de tí estos días de Navidad. Me alegra mucho saber que estás bien y estoy recogiendo muchos regalitos también de tus tíos y primos en Málaga, que me preguntan por ti todo el rato, y que espero llevarte dentro de unos días. Ya casi estás a punto de andar y está saliéndote el quinto diente ¿no es estupendo? Te quiero, mi vida. Voy a cerrar los ojos e imaginar que estás aquí conmigo mientras te cuento esta nueva historia:

¿Te acuerdas de Abraham? En nuestra historia el siguió su largo viaje en dirección a la región del Néguev,que es un desierto en el sur de Israel, y se quedó a vivir entre Cades y Sur. Mientras vivía en Guerar, Abraham decía que Sara, su esposa, era su hermana para evitar que le matasen para quitársela. Entonces Abimélec, rey de Guerar, mandó llamar a Sara y la tomó por esposa. Pero aquella noche Dios se le apareció a Abimélec en sueños y le dijo: —Puedes darte por muerto a causa de la mujer que has tomado, porque ella es casada. Pero como Abimélec todavía no se había acostado con ella, le contestó:
—Señor, ¿acaso vas a matar al inocente? Como Abraham me dijo que ella era su hermana, y ella me lo confirmó, yo hice todo esto de buena fe y sin mala intención. —Sí, ya sé que has hecho todo esto de buena fe —le respondió Dios en el sueño—; por eso no te permití tocarla, para que no pecaras contra mí. Pero ahora devuelve esa mujer a su esposo, porque él es profeta y va a interceder por ti para que vivas. Si no lo haces, ten por seguro que morirás junto con todos los tuyos. En la madrugada del día siguiente, Abimélec se levantó y llamó a todos sus servidores para contarles en detalle lo que había ocurrido, y un gran temor se apoderó de ellos. Entonces Abimélec llamó a Abraham y le reclamó:
—¡Qué nos has hecho! ¿En qué te he ofendido, que has traído un pecado tan grande sobre mí y sobre mi reino? ¡Lo que me has hecho no tiene nombre! ¿Qué pretendías conseguir con todo esto?
Al reclamo de Abimélec, Abraham contestó:
—Yo pensé que en este lugar no había temor de Dios, y que por causa de mi esposa me matarían. Pero en realidad ella es mi hermana, porque es hija de mi padre aunque no de mi madre; y además es mi esposa. Cuando Dios me mandó dejar la casa de mi padre y andar errante, yo le dije a mi esposa: "Te pido que me hagas este favor: Dondequiera que vayamos, di siempre que soy tu hermano." Abimélec tomó entonces ovejas y vacas, esclavos y esclavas, y se los regaló a Abraham. Al mismo tiempo, le devolvió a Sara, su esposa, y le dijo:
—Mira, ahí está todo mi territorio; quédate a vivir donde mejor te parezca. A Sara le dijo:
—Le he dado a tu hermano mil monedas de plata, que servirán de compensación por todo lo que te ha pasado; así quedarás vindicada ante todos los que están contigo. Entonces Abraham oró a Dios, y Dios sanó a Abimélec y permitió que su esposa y sus siervas volvieran a tener hijos, porque a causa de lo ocurrido con Sara, la esposa de Abraham, el Señor había hecho que todas las mujeres en la casa de Abimélec quedaran estériles.

Te quiero.



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